Acuerdo comercial entre EE. UU. y China: claves estratégicas e implicaciones para España y la Unión Europea

Tras un inicio turbulento del segundo mandato del presidente Trump, caracterizado por una escalada arancelaria entre las dos principales economías del mundo, Estados Unidos y China han decidido avanzar hacia un acuerdo comercial que contribuya a frenar el deterioro del comercio global y la volatilidad financiera internacional. Este acercamiento se ha concretado a través de una serie de pactos individuales que están configurando un marco general de entendimiento entre ambos países.

El acuerdo, anunciado el 17 de junio en Londres, busca estabilizar el comercio internacional y, con ello, reducir la incertidumbre en los mercados bursátiles. Su estructura se basa en compromisos y ajustes tarifarios centrados en áreas estratégicas como las barreras comerciales, la tecnología, las tierras raras, la propiedad intelectual y las materias primas.

1. Barreras arancelarias

Uno de los pilares del acuerdo es la reducción progresiva de los aranceles impuestos durante la presidencia de Trump y mantenidos, en parte, durante la administración Biden. Los gravámenes sobre bienes industriales y tecnológicos —que en algunos casos superaban el 25 %— se reducirán en un 50 % a lo largo de los próximos tres años. No obstante, se mantendrán protecciones elevadas en sectores estratégicos como el acero y el aluminio, que seguirán sujetos a aranceles del 10 %.

Por su parte, China ha accedido a eliminar los aranceles de represalia del 30 % sobre productos agrícolas estadounidenses, como la soja y el maíz, lo cual beneficiará a los agricultores de EE. UU. Esta medida pretende contribuir a reducir el tradicional déficit comercial que Washington mantiene con Pekín.

Fuente: Morgan Stanley

2. Tecnología y tierras raras

Uno de los aspectos más sensibles del acuerdo es el relativo a las tierras raras, minerales clave para la producción de tecnología avanzada —incluidos semiconductores, energías renovables y equipamiento de defensa—. China, que controla alrededor del 80 % de la producción mundial, ha aceptado no restringir sus exportaciones hacia Estados Unidos, garantizando así un suministro estable.

A cambio, Washington ha levantado algunas restricciones sobre la exportación de semiconductores y equipos para la fabricación de chips con destino a China, aunque continuará limitando las ventas de tecnologías sensibles, como aquellas vinculadas a la inteligencia artificial de uso militar.

3. Propiedad intelectual

El acuerdo también incluye compromisos reforzados en materia de protección de la propiedad intelectual, un tema históricamente conflictivo en las relaciones bilaterales. China se ha comprometido a aplicar sanciones más severas contra el robo de patentes y secretos industriales, aunque persisten dudas sobre la efectividad real de su aplicación.

4. Materias primas

De manera similar a lo acordado en la “fase 1” del pacto de 2020, China se ha comprometido a aumentar las compras de productos estadounidenses, especialmente en los sectores energético (petróleo y gas) y manufacturero, con un objetivo de 200.000 millones de dólares en los próximos dos años. Sin embargo, este tipo de compromisos ha generado escepticismo, dado que en ocasiones anteriores no se han cumplido.

Fuente: DB Research

 

Impacto económico y monetario

El acuerdo podría contribuir a contener las presiones inflacionarias, al reducir el coste de las importaciones. Esta tendencia aliviaría la labor de la Reserva Federal (FED), que ha mantenido los tipos de interés en el 4,33 % durante las últimas cuatro reuniones. De hecho, el presidente de la FED, Jerome Powell, ha señalado que, de no haber existido tensiones arancelarias, los tipos ya habrían empezado a reducirse.

No obstante, el acuerdo también ha generado críticas por parte de sectores industriales que esperaban un reequilibrio comercial más profundo. La fuerte dependencia de las tierras raras chinas continúa siendo un riesgo estratégico para EE. UU. Además, las concesiones en propiedad intelectual podrían limitar la autonomía tecnológica estadounidense en el largo plazo.

 

Consecuencias para la Unión Europea y España

La Unión Europea, que ha intentado mantener una posición equilibrada entre las dos potencias, enfrenta ahora un nuevo dilema. Por un lado, la reducción de tensiones puede estabilizar las cadenas de suministro globales, de las que Europa depende. Por otro, el acuerdo intensifica la competencia en sectores como el automovilístico y el de energías renovables, en los que la UE sigue dependiendo de materias primas críticas procedentes de China.

España, en particular, podría verse afectada por el aumento de las exportaciones agrícolas estadounidenses a China. Productos como el vino o el aceite de oliva, en los que España tiene una fuerte presencia, podrían enfrentarse a una competencia más intensa en el mercado asiático. En el lado positivo, la industria tecnológica española, que depende de un suministro estable de semiconductores, podría beneficiarse de la mayor previsibilidad en el comercio global.

 

Es un alto el fuego, no una solución definitiva

El acuerdo refleja un ejercicio de pragmatismo necesario, pero no resuelve las tensiones estructurales entre Washington y Pekín. Para EE. UU., supone una victoria táctica que ha contribuido a estabilizar su economía en el corto plazo, aunque con un coste elevado en términos de tipo de cambio —con un dólar más fuerte— y sin resolver la amenaza a su liderazgo tecnológico. Para China, representa una forma de ganar tiempo en su proceso de ascenso tecnológico y reconfiguración de su modelo económico.

Ante este escenario, la Unión Europea debe acelerar su autonomía estratégica en materias críticas como las tierras raras y las tecnologías avanzadas, si desea evitar una posición de irrelevancia geopolítica tanto a nivel global como regional. España, por su parte, necesita diversificar mercados y reforzar sectores de alto valor añadido. Mantener una postura neutral, como lo hizo durante la Primera Guerra Mundial, puede brindarle ventajas en términos de expansión industrial y acumulación de capital.

En definitiva, el acuerdo comercial entre EE. UU. y China reduce tensiones a corto plazo, estabiliza los mercados y alivia la inflación, pero no resuelve la rivalidad estructural entre ambas potencias. Para la Unión Europea y España, representa tanto un desafío como una oportunidad, que exige visión estratégica y capacidad de adaptación ante un entorno global cada vez más incierto.