La urgencia de detener el cierre nuclear

En tiempos de turbulencia, prudencia. Lo dijese o no san Ignacio de Loyola, me parece un consejo muy pertinente para afrontar cualquier crisis en nuestras vidas y también para afrontar las vicisitudes por las que está pasando el debate energético. Desde hace meses, y de manera acuciante y generalizada desde el apagón del 28 de abril, hay dos cuestiones que ocupan el debate público e interesan a todos los ciudadanos: ¿puede renunciar España a la generación de energía nuclear y cerrar sus centrales empezando por Almaraz? ¿Está el sistema eléctrico español preparado para afrontar los desafíos técnicos y el ritmo de la transición energética? Y una tercera que lo impregna todo: ¿Qué sistema energético puede asegurar la autonomía estratégica y la seguridad económica en el contexto mundial?

El mix energético español, traducido en el PNIEC (Plan Nacional Integrado de Energía y Clima) y del que forma parte el plan de cierre de las centrales nucleares españolas fue diseñado, políticamente, en un contexto europeo y mundial de estabilidad y confianza que, cuando se adoptó, era compatible con la estrategia española de descarbonización, el impulso a las energías renovables y el calendario de disposición de capacidades de almacenamiento para 2030. No hay duda de que la descarbonización y la electrificación concitan un consenso social muy amplio y que no se trata de ponerlos en entredicho. Sin embargo, el plan merece analizarse hoy desde diferentes parámetros.

Por una parte, desde la constatación de que las previsiones realizadas entonces no se ajustan a la realidad actual. Las tecnologías e inversiones en almacenamiento de renovables[1] no han seguido el ritmo previsto; la red de distribución de energía eléctrica no se ha adaptado suficientemente a la producción distribuida y características técnicas de las renovables y los objetivos de electrificación e industrialización se han ampliado.

Por otra parte, desde el contexto de la política energética mundial, que ha cambiado significativamente. Lo que ya llamamos nuevo orden mundial y las políticas europeas y españolas de autonomía estratégica y seguridad económica han puesto sobre la mesa, de una forma alarmante, la cuestión de la seguridad del suministro y la independencia energética.

Por si fuera poco, el histórico apagón que sufrió la Península Ibérica, con origen en España, el pasado 28 de abril, ha puesto sobre la mesa, con toda crudeza, las vulnerabilidades del sistema. A falta de conocer con detalle lo sucedido a partir de lo que determine la investigación independiente europea, todo apunta a un desacople entre la generación, renovable, en aquel momento en máximos históricos, y las redes de distribución[2], que muy probablemente se hubiese podido gestionar satisfactoriamente con más energías con inercia en el mix (hidráulica y nuclear, ya que el gas es una energía que habría que considerar de último recurso como mecanismo de capacidad y recuperación).

En este contexto tan complejo nos encontramos ante el inminente proceso de desmantelamiento de una central nuclear, Almaraz, que opera con los más altos estándares de seguridad en una de las regiones con el PIB más bajo en España, cuando la Unión Europea considera a la energía nuclear como compatible con los objetivos de descarbonización y no penaliza las inversiones en estas centrales, tal como ha confirmado el Tribunal General de la UE ante los recursos planteados contra la Taxonomía de Finanzas Sostenibles[3]. Por lo tanto, es decisión del Gobierno español decidir si nuestro país gana o pierde independencia energética y competitividad con la nuclear como parte del mix eléctrico español.

Es notorio que las energías renovables son una gran oportunidad para nuestro país, la primera de hecho en la historia de las revoluciones industriales. En este sentido, sigue siendo una prioridad facilitar el mejor marco posible para que las energías renovables contribuyan a la descarbonización y a la electrificación del consumo energético de hogares e industrias, lo que incluye una importante mejora de las redes de transporte y de la gestión del sistema.

Pero todos sabemos ya que el riesgo de apagón no era cero, y sigue sin serlo y que la solar y la eólica, que sufren de la intermitencia que les es consustancial, siguen necesitando respaldo de otras energías que consustancialmente aportan estabilidad al sistema: la hidroeléctrica, que también es renovable, y la nuclear, que no penaliza las emisiones de CO2. El gas, por la dependencia exterior, el precio y sus mayores emisiones debería considerase y utilizarse como un último recurso o mecanismo de capacidad. Si prescindimos de la nuclear, dependeríamos del gas. Es decir, del exterior, y aumentaríamos nuestras emisiones de gas de efecto invernadero.

Las centrales nucleares generan casi el 20% de toda la electricidad que consumimos, pero, además, y muy importante, hacen viable un sistema que pueda asumir el máximo de energías renovables, cuando están disponibles.

Además, generan un ciclo de riqueza a su alrededor en comarcas necesitadas de actividad industrial, comarcas que aspiran a desarrollar legítimamente actividad industrial de nueva generación dentro de los procesos de electrificación que marcan la agenda de la transición. Son un activo que hemos pagado, en última instancia, todos los ciudadanos españoles con nuestros impuestos y nuestros recibos de la luz.

A esos argumentos hoy tenemos que insistir en añadir otro: dan estabilidad al sistema y permitir que la solar y la eólica tengan un papel muy relevante en nuestro mix energético y, no menos importante, su permanencia ayudaría a restablecer la confianza en el sector eléctrico español, que hoy, tras el apagón y la posibilidad de cierre de las centrales nucleares, ponen en duda desde gobiernos (como el portugués o el francés) hasta empresas e inversores internacionales.

Con todo esto, ¿Qué necesidad hay de achatarrar unos bienes que funcionan perfectamente y nos prestan un gran servicio? Y, sobre todo, ¿qué necesidad tenemos de hacerlo ahora en medio de la conmoción general en un mundo que cada día nos trae un nuevo sobresalto?

Prolongar la vida de las centrales nucleares, empezando por la de Almaraz demostraría que hemos entendido los retos a los que se enfrenta nuestro sistema eléctrico, y que el apagón ha puesto en evidencia el compromiso con la transición energética y ecológica, la solidaridad interregional y la responsabilidad social. Y sin menoscabo, al contrario, de nuestro compromiso con las renovables y con la lucha contra el cambio climático. Sería simple y llanamente una expresión de sentido común en un mundo que está tan falto precisamente de ese preciado bien.

[1] https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2025-05-05/redes-almacenamiento-energetico-rubicon-verde/

[2] https://atenergetica.es/media/attachments/2024/01/19/ate_enero_2024_15_01_2024_documento_completo1.pdf

[3] https://curia.europa.eu/jcms/upload/docs/application/pdf/2025-09/cp250113es.pdf