Los españoles éramos emigrantes
En la actualidad la ONU diferencia claramente las migraciones por razones de riesgo para la vida de las personas que tienen el carácter de “refugiados” y, las que lo hacen por razones económicas, en busca de unas mejores perspectivas de trabajo y de vida. Actualmente esta última causa es la razón fundamental de emigración, de zonas poco desarrolladas a países desarrollados.
Los emigrantes suelen ser personas formadas con iniciativa, por lo que provocan una pérdida de capital humano que lastra la capacidad de progreso del país de origen, que es en el que normalmente se han educado, por lo que se genera una redistribución perversa de renta del país de procedencia al del destino, que solo se compensa si se retornan divisas como consecuencia de su trabajo. Para algunos países las remesas de emigrantes constituyen uno de los epígrafes más importantes financiadores de sus importaciones, como ocurrió en España en los años sesenta del siglo pasado, que junto con las procedentes del turismo sirvieron para financiar el déficit estructural de la balanza comercial.
España ha sido tradicionalmente un país de emigración, por razones políticas y económicas, habitualmente a Iberoamérica por la lengua y la cultura fundamentalmente. Sin embargo, la reconstrucción de Europa tras La Segunda Guerra Mundial, y la escasez de mano de obra joven en los Países Centroeuropeos, por la gran cantidad de víctimas que ocasionó La Contienda, provocó una gran emigración de españoles a Alemania y Francia fundamentalmente. Según el Instituto Español de Emigración, casi un millón de españoles salieron de nuestro país con contratos de trabajo, es decir con un destino garantizado, a los que se unieron cuando menos, otro millón por el efecto llamada de nuestros propios emigrantes; fue el denominado efecto “Vente a Alemania Pepe”.
La mayoría pretendía volver, con lo que sus ahorros los transfirieron a nuestro país, “remesas de emigrantes”, que fueron fundamentales como fuente de divisas para pagar las importaciones de mercancías, sobre todo energéticas y permitieron que al regresar nuestros emigrantes invirtiesen en pequeños negocios, en sus lugares de origen, sobre todo en la hostelería y en el transporte minorista.
El proceso se frenó en los años 70 como consecuencia de la crisis económica generalizada, y de la incorporación a sus mercados laborales de una generación joven de centroeuropeos, nacidos en la posguerra.
El desarrollo español de finales del siglo pasado los primeros años de este convirtió a España en un país receptor de inmigrantes para cubrir la oferta de trabajos que no se cubrían con mano de obra nacional, por falta de cualificación, o por no querer desarrollar ya este tipo de actividades, desincentivadas por el subsidio de desempleo.
Tras la última crisis, el proceso se ha intensificado enormemente, provocando un fuerte aumento de nuestra población, que ha pasado de 46,7 millones de habitantes en el año 2018 a 49 millones en la actualidad, como consecuencia de la entrada de inmigrantes; lo que ha impulsado el crecimiento del PIB, junto con el gasto público, pero lógicamente se ha mantenido constante el producto interior bruto per cápita.
En España se produce la contradicción de necesitar mano de obra para cubrir muchos puestos de trabajo, sobre todo en la agricultura, construcción y hostelería, y sin embargo muchos otros empleos se quedan vacantes y además somos el país europeo con la mayor tasa de paro.
La inmigración ilegal es un grave problema que padecemos, por ser una de las fronteras más calientes del mundo y una de las principales puertas de ¨ Entrada a Europa¨.
Sin embargo, el proceso de contratación en su país de inmigrantes legales, para darles un contrato de trabajo y que empiecen a trabajar y a cotizar a La Seguridad Social, prácticamente en el momento de pisar nuestro suelo, es enormemente complicado y lento; con lo que se convierte en un cuello de botella en algunos procesos productivos, por carecer de mano de obra interna especializada.
Los inmigrantes son necesarios para cubrir puestos de trabajo en la mayoría de los países europeos, incluido nuestro país, pero estos deben entrar legalmente, a poder ser ya con su contrato de trabajo; lo que beneficia tanto al trabajador migrante como a la sociedad del país de destino.
CAE EL PLURIEMPLEO EN ESPAÑA.
El pluriempleo se generalizo en España durante los años 60 del siglo pasado, lo que favoreció el desarrollismo económico de esa década. Asimismo, la salida de más de 2 millones de emigrantes a Europa generó una escasez de mano de obra que impulso el tener más de un trabajo y por tanto más de un sueldo. Se trata de una decisión libre del individuo, sin embargo, sindicalmente se considera una precariedad del mercado de trabajo.
En el primer trimestre de 2025, el número de ocupados con un empleo secundario fue de 537.700 trabajadores, lo que representa una fuerte caída, del 9,1% respecto al año anterior.
En el caso de los pluriempleados asalariados que representan el 80% del total de empleados con más de un trabajo, el retroceso fue superior de un 12,4%.
El pluriempleo es un claro indicador del ciclo económico, puesto que este aumento cuando se eleva el PIB y se reduce en épocas de desaceleración.
El segundo empleo suele estar también vinculado a razones estacionales, por lo que, al coincidir La Semana Santa este año con el Segundo trimestre del año, puede explicar parte de la caída. Asimismo, puede ser que la subida del SMI, desincentive tener más de un trabajo; sobre todo en el comercio y la hostelería.
El porcentaje con empleo secundario, sobre el total de ocupados, actualmente en España es del 2,7%, frente a la media de La Unión Europea; que es del 4%; situándose en los países bajos en el 10,4%; lo que pone de manifiesto que es una situación razonable.
Dada la escasez de mano de obra disponible, a pesar de tener la mayor tasa de paro de Europa, parece lógico que en los próximos meses el empleo secundario se incremente y beneficie el nivel de vida de los pluriempleados.