Más allá del conflicto jóvenes-mayores: la verdadera causa de los desequilibrios económicos entre generaciones
En los últimos meses, los medios de comunicación han resaltado con insistencia la supuesta “guerra entre generaciones” derivada de las pensiones, los salarios de los jóvenes y su acceso a la vivienda. Titulares como “Estamos fabricando una generación antisistema” o “Los nuevos jubilados cobran más que los trabajadores menores de 35 años” han generado una narrativa en la que, aparentemente, los jóvenes se sienten atrapados frente a los privilegios de los mayores. Sin embargo, si observamos los datos con detenimiento, queda claro que este relato simplista oculta problemas mucho más complejos y estructurales que van más allá de la edad de los afectados.
Tomemos primero el caso de los salarios. Según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE) los trabajadores jóvenes ganan en promedio un 45% menos que el salario medio. Esta cifra, aunque alarmante, no es el resultado de que las generaciones mayores “tomen ventaja” sino de un fenómeno más amplio: la precarización laboral que afecta a contratos temporales, prácticas abusivas de subcontratación y la falta de estabilidad en los primeros años de vida laboral. Así, hablar de conflicto intergeneracional reduce un problema estructural a un enfrentamiento entre “boomers” y jóvenes, cuando en realidad se trata de cómo se ha configurado el mercado laboral en las últimas décadas y de la ausencia de políticas efectivas para garantizar empleos estables y bien remunerados.
Gráfico 1: Evolución de la ganancia media anual por trabajador
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del INE
El acceso a la vivienda es otro ejemplo donde los titulares sensacionalistas distorsionan la realidad. Ejemplos recientes de Madrid inciden en que en 1997 un piso de cuatro habitaciones en Chamberí costaba alrededor de 90.000 euros, equivalente a menos de cuatro años de salario medio. Hoy, ese mismo piso supera los 700.000 euros, lo que representa más de treinta años de ingresos medios. La interpretación simplista es que los jóvenes no pueden emanciparse porque los mayores han acumulado riqueza de manera injusta. La explicación real es más compleja: restricción artificial de la oferta de suelo o de cambio de uso de los inmuebles, escasez de vivienda asequible, regulación esquizofrénica del mercado de alquiler heredada del franquismo y políticas fiscales que castigan el ahorro a largo plazo. No se trata de que exista un “ataque” generacional, sino de que las reglas del mercado tan intervenido como el inmobiliario han generado una desigualdad estructural.
Gráfico 2: Riqueza neta de los hogares por edad (en miles de euros)
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del INE
Las pensiones son otro terreno donde se ha exagerado el conflicto. Es cierto que los nuevos jubilados perciben en promedio 1.750 euros mensuales, mientras que los jóvenes trabajadores ganan cerca de 1.670 euros brutos al mes. Sin embargo, este dato requiere contexto. Estas pensiones no son un privilegio, sino la contraprestación de años de contribuciones al sistema, habiendo empezado a entrar en los últimos años jubilados con bases reguladoras más elevadas.
Una mirada más profunda revela que lo que muchos interpretan como conflicto generacional es en realidad un problema de motor económico y de diseño de las políticas económicas. La precariedad laboral, la crisis de la productividad, la inflación, la falta de vivienda asequible y la presión sobre las finanzas públicas son fenómenos que afectan de manera distinta a cada grupo de edad, pero no tienen como causa directa la existencia de otras generaciones. Por el contrario, la evidencia indica que tanto jóvenes como mayores se benefician de políticas que fortalezcan la economía y reduzcan las desigualdades: control de la inflación, empleo estable, oferta de vivienda suficiente, educación de calidad y un sistema de pensiones sostenible.
Es por ello que debemos cambiar el enfoque del debate. En lugar de polarizar a la sociedad entre generaciones, es necesario plantear soluciones concretas que aborden los problemas estructurales. Por ejemplo, políticas que incentiven la construcción de vivienda y acaben con la restricción artificial que genera la ley del suelo o los planes urbanísticos de las principales capitales de provincia. Reformas laborales que promuevan estabilidad y formación continua permiten a los jóvenes acceder a empleos dignos y bien remunerados. Y ajustes prudentes en las pensiones, basados en datos y proyecciones demográficas, garantizan que el sistema siga funcionando sin transferir injustamente cargas a una generación concreta.
Además, es importante destacar que la narrativa de conflicto puede tener efectos contraproducentes. Presentar a los mayores como responsables de la precariedad de los jóvenes alimenta divisiones que distraen de las reformas reales necesarias. La historia demuestra que los problemas estructurales se resuelven con políticas bien diseñadas, no con confrontaciones generacionales. Por ello, es fundamental reencuadrar el debate: no se trata de una lucha entre “jóvenes” y “mayores”, sino de cómo construimos un sistema económico que funcione para todos.