La nueva tasa de basuras: otro impuesto más

En los últimos meses, los ayuntamientos españoles han anunciado la creación o reactivación de la llamada “tasa de basuras”, supuestamente en cumplimiento de la Ley 7/2022 de Residuos y Suelos Contaminados con dos objetivos: por un lado, aplicar el principio de “quien contamina, paga” y, por otro lado, para promover un sistema de “economía circular”. Esta norma, que transpone directivas europeas, obliga a que los municipios financien el coste del servicio de gestión de residuos de manera que no resulte deficitario. Sin embargo, lo que se está implantando en muchos casos no es una tasa vinculada a un servicio claramente medible, sino un nuevo impuesto general disfrazado de tasa que amplía aún más la presión fiscal sobre los hogares sin que haya una verdadera rendición de cuentas en la que se explique claramente cuál es el coste de la gestión de los residuos, qué alternativas hay y qué eficiencias podrían explotarse.

La diferencia entre una tasa y un impuesto no es un detalle técnico: es una cuestión de fondo y de justicia fiscal. Una tasa se paga a cambio de una contraprestación concreta —en este caso, la recogida y tratamiento de residuos domésticos— y su importe debería guardar relación directa con el coste efectivo de ese servicio. Un impuesto, por el contrario, es una obligación general que no depende de un beneficio individual. Lo que está ocurriendo con la llamada tasa de basuras es que, al no existir una relación clara entre el pago y la cantidad ni el tipo de residuos generados, el ciudadano termina sufragando un coste fijo, calculado de forma arbitraria y aplicado de manera uniforme, sin que haya una correspondencia real con el uso o la calidad del servicio recibido. En otras palabras, se le pide pagar más por algo que ya estaba sufragando con sus impuestos municipales, especialmente a través del IBI[1].

La justificación oficial es que la Unión Europea exige que el tratamiento de residuos no sea deficitario. Pero el cumplimiento de esa exigencia no pasa necesariamente por cargar de forma inmediata ese coste sobre los contribuyentes. Antes de imponer una nueva figura tributaria, los ayuntamientos deberían haber presentado cuentas separadas, claras y verificables que detallen los costes reales del servicio y los ingresos asociados. Sin embargo, casi ningún municipio lo ha hecho. No existen balances públicos que expliquen con precisión cuánto cuesta recoger, transportar y tratar los residuos, ni qué parte de ese coste se cubre con transferencias, ingresos por reciclaje o aportaciones de otras partidas presupuestarias.

Es más, cuando algunos ayuntamientos han publicado estimaciones, los números revelan ineficiencias notables. La cobertura media del coste de gestión de residuos apenas alcanza el 65 % en muchos municipios, según diversos estudios[2]. Pero eso no significa necesariamente que el servicio esté infradotado de ingresos: puede indicar que los costes están sobredimensionados, que se mantiene una estructura poco eficiente o que existen duplicidades administrativas. En ese contexto, trasladar automáticamente el déficit al ciudadano equivale a renunciar a la gestión responsable y a la optimización del gasto. Lo sensato sería primero auditar y reorganizar el servicio, mejorar los contratos, revisar las concesiones y evaluar las posibilidades de ahorro o cooperación intermunicipal. Solo después, y con total transparencia, podría hablarse de ajustar tarifas.

Por tanto, el problema no es que se pida que los servicios públicos sean sostenibles —eso es deseable— sino que se hace descansar todo el esfuerzo de sostenibilidad sobre los contribuyentes, sin una revisión previa de la eficiencia institucional. El discurso de la “tasa europea obligatoria” se utiliza así como escudo político para justificar una subida encubierta de la recaudación local. Lo paradójico es que los mismos ayuntamientos que alegan falta de recursos para la recogida de basuras muchas veces mantienen estructuras sobredimensionadas, gastos de representación o partidas improductivas que apenas se tocan.

Además, este nuevo gravamen llega en un momento especialmente delicado para los hogares. La presión fiscal sobre la vivienda en España es ya muy elevada. Los propietarios pagan el Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI), las plusvalías municipales, diversas tasas de mantenimiento urbano y, en muchos casos, recargos autonómicos o estatales vinculados a la propiedad o la eficiencia energética.

A todo ello se suma ahora esta nueva “tasa de basuras” que, en realidad, se comporta como un impuesto adicional sobre el hecho de tener una vivienda. En las capitales de provincia se barajan cifras medias de entre 56 y casi 300 euros anuales por hogar tal como refleja la infografía publicada por el diario Expansión recogiendo datos de los Inspectores de Hacienda Local[3]. No es una cantidad menor, sobre todo en un contexto de pérdida de poder adquisitivo y subida generalizada de precios.

Por otra parte, la fórmula actual tampoco incentiva la reducción de residuos. Si la tasa se calcula de forma fija, sin relación con el volumen o la calidad de los desechos generados, se pierde por completo el principio de “quien contamina paga”. El ciudadano cuidadoso, que separa, recicla y genera menos basura, pagará lo mismo que quien no lo hace. Es decir, además de ser fiscalmente injusta, la medida carece de eficacia ambiental. Si el objetivo fuera realmente fomentar el reciclaje, la tasa debería modularse en función del comportamiento de cada hogar o, al menos, por categorías más diferenciadas de consumo.

En definitiva, esta nueva tasa de basuras no puede considerarse una herramienta legítima de política ambiental, sino un instrumento recaudatorio que agrava la carga fiscal local sin ofrecer garantías de eficiencia ni transparencia. Lo razonable sería que los ayuntamientos, antes de trasladar el coste a los vecinos, demostraran que su gestión es austera y que cada euro recaudado se destina efectivamente a mejorar el servicio. Mientras eso no ocurra, el ciudadano tiene derecho a desconfiar y a exigir rendición de cuentas. Porque la sostenibilidad económica y ambiental no se logra creando impuestos encubiertos, sino gestionando mejor los recursos públicos. Y la obligación de los gobiernos locales no es solo equilibrar las cuentas, sino hacerlo de manera justa, transparente y eficiente.

 

[1] La tasa de basuras deja diferencias de hasta 230 euros entre municipios: así es la factura en cada ciudad | Economía

[2] https://www.ocu.org/consumo-familia/derechos-consumidor/informe/tasa-basuras-ciudades

[3] https://www.inspectoreshaciendalocal.org/quienes-somos